jueves, 9 de agosto de 2012

Encomio a Tarja Turunen - Iän Cardoso

Existe al norte de mi mundo un país de finas facciones cuna de maravillas para el oído de los cultos. Y cultos a la vez que diestros en elevadas artes resultan algunos habitantes de esa región. De tales maravillas es la música una de las más adoradas y obtiene reconocimiento hasta en los lugares más remotos para aquél bello país. Común entre los humanos es la competencia por distinguirse pudiendo ésta ser impulsada por infinitas razones aunque ciertamente, cuando el amor por el arte –y el amor en su forma pura– se encuentra presente, engendra el artista obras que lo vuelven grande, reconocido e inmortal. Sea este el caso de Tarja Turunen, cantante diva de quien me propongo hacer mi discurso con motivo de su aniversario.
Un día nació la niña Turunen y la gente juró haber escuchado arpas en el cielo. Otro día la joven Turunen comenzó a sentir inclinación hacia la música y la gente juró ver ángeles escribiendo con letras de oro el destino de nuestra alabada. Un día más la mujer Turunen cantó elevando su imponente voz hasta las nubes y la gente la escuchó. Entonces cielo, tierra e infierno callaron para abrir paso a la estampida de emociones frenéticas e insistentes que entonces sintieron los amantes y amados, padres e hijos, dichosos y condenados... el vulgo y la realeza, los sonrientes y los sangrantes... Todos, mientras Tarja Turunen cantó, callaron y por un instante murieron en vida.

No requirió flauta alguna para robarnos los niños interiores, y desde entonces se dice de ella que el mármol, vuelto suave por obra divina, cubre su cuerpo. Que la visten la nieve y el fuego, y que el jade le procura la visión. Algunos se aventuran a decir de sus pies que son delicados como pétalos y suaves como terciopelo pues no se espera diferente resultado de quien camina tiernamente sobre los corazones ofrendados a su camino.

A la par, cuando de su voz se habla, se mencionan historias de amor, tragedia, alegría y melancolía; pues enamora almas, provoca y seca lágrimas o las tiñe de carmín. Cuando el piano llora sus cantos nos vacía de hostilidad y nos llena de apreciada melancolía; digna de ser contemplada por dioses se tornan sus melodías. Y cuando los instrumentos eléctricos acompañan los cantos potentes de Tarja nos es imposible no estallar en las frenéticas sacudidas del cuerpo y del alma.

Convirtióse desde luego en nuestra bella deseada por la bestia, en una promesa de sueños eternos, en sirena y ángel a la vez; el baile frenético del colibrí sugiere así a nuestro corazón por ella y suspirase anhelantemente por contemplarla, oírla y amarla.